kokoro

Kokoro es un ovillo pequeño, caliente y mamífero. Es descansar de la intemperie y sentirse a resguardo, un poco fuera del mundo, un poco hibernado, un poco creciendo, hacia adentro.
Kokoro es mente y corazón y es lo intraducible mismo. Es la lengua que grita y denuncia los muertos vivientes en cada esquina, la banalidad del poder cotidiano, la deliberada insurrección de los cuerpos.

Kokoro es el leve tallo en el que injertar el asombro ante el mundo.
Por eso Kokoro acoge las lenguas huérfanas, abre el espacio para lo híbrido, lo mezclado, lo impuro, lo no catalogable por las taxonomías profilácticas trazadas por la lengua de poder.
 Lengua pequeña y caída, lo que mengua: Kokoro, en su latido de corazón-mente, en su delicadeza de sueño mamífero y calentito, también es eso, también quiere devenir eso: Kokoro es querer adelgazar la atención y penetrar en las mínimas fisuras de los discursos, de la carne-palabra y su sombra, de la intensidad cromática del mundo.

Es el deseo que no cesa, eros de la lengua menuda, alegría en la punta de los dedos.
 Kokoro es, también, una forma de despertar y decir: no nos rendimos, somos pequeños,
somos pocos, pero cantamos
vivimos aquí

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