Estudios Visuales y Estudios Culturales: nuevas apuestas de investigación crítica. Del ver la memoria!

Marta Cabrera
Juan Carlos Segura

Introducción
En el marco de las preocupaciones transdisciplinares y provocaciones reflexivas y analíticas que caracteriza a los Estudios Culturales (EECC), el presente documento expone de forma sucinta una serie de parámetros y premisas que consideramos caracteriza la pertinencia de los Estudios Visuales (EEVV) en tanto estrategia crítica y propositiva y 1) como dimensión cultural profundamente articulada con los EECC, o 2) como campo temático y crítico resultante de las propiedades reflexivas de los EECC. El presente documento recoge así los puntos nodales en torno a los cuales el Grupo (creado en 2008), ha fundado sus reflexiones.
El grupo está conformado por profesores, profesoras y estudiantes en diversos niveles de la maestría en EECC, así como estudiantes de otras áreas y ha puesto en seria consideración crítica la naturaleza conflictiva de lo visual, sus límites y alcances epistémicos; atendiendo tanto a debates teóricos sobre lo visual en general y el estatuto epistemológico de los estudios visuales (Mitchell, Moxey, Behar, Burke, Evans y Hall, Haraway, Mirzoeff, etc.), como a las interacciones y conflictos que contextos políticos y culturales imprimen en lo visual, con énfasis en las políticas de la memoria y la violencia (Richard, Minh-ha, Debord, Feldman, entre otros). Simultáneamente, se han hecho visionados de diverso orden (Minh-Ha, Godard, Zîzêk, Marker, Varda, Arnold, Bekolo, Weerasethakul, etc., así como de producciones textuales y/o audiovisuales de los propios miembros del grupo y reflexiones de invitados) con el objeto de definir o fortalecer investigaciones en curso o bien discutir proyectos terminados.
El grupo de EEVV apunta en principio a expandir el campo de reflexión sobre y desde lo visual en el contexto teórico y crítico de las discusiones que intersecan y definen los estudios culturales en Colombia y Latinoamérica. A continuación se expone una serie de premisas y parámetros que consideramos define la tensión y agenda crítica de la intersección entre estudios visuales y estudios culturales.

1. El campo de los estudios visuales. El objeto de los estudios visuales.

Considerando la preeminencia de las estrategias visuales que caracterizan la producción cultural contemporánea, tanto en sus formas y contenidos de dominación mediática, como de resistencia, los estudios visuales pretenden dar cuenta de tales procesos y escenarios articulándose con las dinámicas investigativas y críticas que caracterizan los estudios culturales. Desde esta perspectiva, lo visual – atravesado por lo social – se torna visualidad y el objeto de los estudios visuales cesa de ser la producción del campo y su interpretación (entendidas como densidades naturales) para convertirse en construcciones sociales y políticas que reclaman estrategias de evaluación y producción de conocimiento desde lo local y lo vivido, que reclaman un abordaje contextual y una intervención transdisciplinar.

Los estudios de lo visual (o quizá valga decir ‘lo visualizado’) incluyen actos de ver, la mediación, producción, circulación y consumo de imágenes y las dinámicas de visibilización e invisibilización derivadas del ejercicio mismo del ver. Los estudios visuales dan cuenta de estas dinámicas, fuerzas y despliegues como complejas escenas y/o espectáculos desde y hacia lo visible, lo material y lo sensible. De esta forma, los procesos que dan lugar a la preeminencia de lo visual son puestos de relieve, así como la pretendida objetividad de lo visto, de lo visualizado, de lo visibilizado.

En nuestra comprensión particular de los estudios visuales, vinculada a los estudios culturales, se expone la existencia de regímenes complejos de producción de sentido y se reconoce el poder de los procesos y estructuras semióticas y tecnológicas (de pretendida neutralidad o no) en la producción de la cultura, en tanto atraviesan y son atravesadas por lo visual. Esta noción de estudios visuales, en tanto ejercicio crítico, no pretende producir esferas de conocimiento autónomas de los objetos y contextos de emergencia de lo visual, sino que aspira a estar localizada en lo visual e intervenir desde allí. El acto de ver críticamente las formas y prácticas significantes de lo visual, es también una práctica visual. En este sentido, la crítica sobre lo visual pretende dar cuenta de procesos – visualizar-visibilizar su propio posicionamiento en sus “objetos” de investigación. Tal localización del ver da cuenta de las políticas de la mirada que subyacen a toda intervención visual. Aparece bajo esta perspectiva la misma paradoja reflexiva que atraviesa los estudios culturales.


2. Del carácter reflexivo de los estudios visuales. Políticas de la mirada.

Los estudios visuales sitúan políticamente el contexto de producción y diseminación de las culturas visuales, no para describir inocentemente sus historias, sino para revelar y denunciar sus modos de actuación en la producción de representaciones y subjetividades en el presente.

El antes mencionado carácter reflexivo desde lo visual respecto de lo visual implica que las estrategias visuales son igualmente consideradas formas de intervención. Llama al reconocimiento del lugar del observador, sus instrumentos, sus filtros y sobre todo, sus agendas críticas. Esto quiere decir que el texto mismo, el ensayo visual, entre otras formas de diseminación e intervención, es simultáneamente método y objeto. Método en tanto reconoce su poder de representación, y objeto en tanto atiende a las dimensiones culturales y políticas estructurantes del sentido que ‘ve’ o ‘produce’ en el acto de ver.

Tecnologías asociadas a la producción y diseminación de lo visual, relativas a las culturas visuales, a las tecnologías científicas (microscopios, telescopios, registros digital y analógico, etc.), a las actuaciones del poder (fotografía, huellas dactilares, ADN, cámaras públicas de vigilancia, archivos oficiales, etc.), son intervenciones con agendas políticas y económicas precisas, como lo han postulado Nelly Richard, Allen Feldman o John Tagg, entre otros. Revelar tales agendas, sus mecanismos de presentación escenográfica y de mistificación (por ejemplo: la objetividad de las ciencias, la construcción de lo público), demanda simultáneamente reconocer en sus modos de registro y diseminación un nuevo poder de representación y ocultamiento. El lugar crítico y reflexivo de los estudios visuales implica dar cuenta de su mismo rol representacional dentro de la cultura visual.

Las tecnologías y dispositivos asociados a la visión, visualización, visibilización (tecnologías de vigilancia) y ocultamiento (cortinas de humo, falsos positivos), en particular, demandan mas que evaluaciones atentas, sino también actos políticos capaces de ‘devolver la mirada al ojo vigilante desde el otro lado del lente’, evidenciando críticamente cómo lo visual (la vigilancia, en este caso) produce sujetos en los términos de su propia agenda de control El resultado de “devolver la mirada” no es una mera reflexión especular sino una ‘distorsión’ representacional y hetero-visual, que implica no solo la visualización contextos y agendas, sino especialmente la producción de nuevos contextos de comprensión, resistencia y crítica cultural.

3. ¿Veo luego existo? Lo social en lo visual: codificaciones, decodificaciones, traducciones, traslados y otros juegos de lenguaje.

La cultura visual es la construcción visual de lo social, no únicamente la construcción social de la visión (W.J.T. Mitchell)

Hemos afirmado hasta aquí que lo visual como objeto, pretexto y proyecto de intervención requiere atender a sus trayectorias desde marcos críticos de manera que la ‘realidad’ legitimada en el acto de ver luego existir resulte desafiada. No obstante, es necesario puntualizar que los estudios visuales no operan exclusivamente en el terreno de lo ‘óptico’, sino que mas bien dan cuenta de las dimensiones donde habita lo visual, de un lado, “llaman la atención a lo táctil, lo sonoro, lo háptico (sensorial) y al fenómeno de la sinestesia” , y de otro, atiende a las prácticas culturales en sentido amplio como referentes y dimensiones mixtas de lo visual, su producción, sus instrumentos, sus campos de tensión, sus formas de ver y de mostrar.

En otras palabras, el acto de ver, como acto visual, intersecta el objeto mismo de la mirada, revelando como artificial la separación entre estudios visuales y cultura visual (el “objeto” de los estudios visuales). El reconocimiento del poder del acto de ver ocurre de ‘este lado de la mirada’. Como lo sugiere W.J.T. Mitchell para el caso de la pintura, ésta se define como “una interacción compleja entre lo visual, sus aparatos, sus instituciones, sus cuerpos y sus figuraciones” donde el sujeto-observador está apenas sugerido en los ‘aparatos’. No obstante, se evidencia la multi-dimensionalidad de las prácticas culturales en interacción con los sistemas de representación en la producción del evento del ‘uso’ e interpretación de la imagen (incluida la imagen del texto). El poder de lo visual (signos, imágenes, textos, texturas, etc.) solo toma forma cuando sus significados y sentidos se actualizan en el uso , es decir, en el acto o forma de habitar su proceso mismo de producción y diseminación e incluso su ocultamiento.

La naturaleza de lo visual no es exclusiva de la ‘visión’ como dispositivo óptico y luminoso. Los regímenes semióticos asociados a lo visual expanden y restringen su alcance y su significado, ya que al transitar por diferentes registros, lo visual absorbe y pierde capacidad significante en el proceso de re-codificación. En su reflexión sobre la fotografía, Roland Barthes sugiere que el proceso de ‘enmarcado’ y ‘el pie de foto’ impactan el significado pretendido en grados sutiles pero definitivos. Tal vecindad entre la imagen y el texto, por ejemplo, da evidencia de las emergencias que la interacción de diferentes formas de codificación ocasiona a lo ‘visual’. En esta misma lógica, lo ‘visual’, al transitar y ser trasladado de imágenes a textos, de experiencias a imágenes, del movimiento a la imagen fija (y viceversa), del blanco y negro a las gamas ‘naturales’ de color, etc., es profundamente proclive a procesos de manipulación y transformación. Esta ductilidad de lo visual le convierte en un escenario problemático de las negociaciones del sentido y es el papel de los estudios visuales explorar las tensiones inherentes a la traducción/traslado de sentidos y regímenes semióticos (no necesariamente de un idioma a otro), así como de un medio enunciativo, una gramática, o incluso de una(s) experiencia(s) a otra(s).

Así, el estudio de lo visual compete tanto al campo académico como al de las potencialidades políticas y sus mediaciones visuales – ellas mismas una dimensión de lo visual. La clave crítica se sitúa pues en la posibilidad de dar cuenta del poder de interferencia y refracción de lo visual, lo cual nos regresa al plano de las políticas de la mirada, ya no solo ‘localizadas’ en las agendas que producen el sentido, sino también en las agendas que atraviesan sus formas de circulación y consumo.

4. Invitaciones, provocaciones y (algunos) escenarios de los EE.VV.

Los temas y objetos que habitan el campo de los estudios visuales, además de ser elementos propios de éste, implican un interés por las tecnologías de lo visible (reproducción mecánica en el sentido que le otorgara Walter Benjamin), la diseminación mediática, la interpretación, sus campos de regulación e instituciones (estética-ética, museos, archivos, etc.).


De aquí se desprende adicionalmente que la imbricación de los estudios visuales con los estudios culturales invita a los primeros no solo a explorar cómo se produce lo visto, sino cómo son estructurados y producidos los sujetos en estos procesos. Al ser atravesados por procesos de categorización (tales como estereotipos, clasificaciones, mapeos del cuerpo, de espacios sociales), los estudios visuales deben responder al cómo se producen tales efectos de subjetivación en el acto de ver y ser visto (género, racialización, racismo, producción del ‘otro’ como enemigo, procesos de vigilancia, de interpelación, etc.). Toda vez que estos procesos operan y reproducen en el tiempo sus mecanismos y posicionamientos, dos planos adquieren relevancia en el contexto colombiano y latinoamericano y en relación a la presente apuesta investigativa de los estudios visuales y los estudios culturales: la memoria (su emergencia, sus políticas, los archivos visuales como procesos de exclusión e inclusión) y por efecto de resistencia y dominación, la violencia.




La “explosión de las memorias” de mediados de la década de los 80 implicó un resquebrajamiento de los marcos tradicionales de la memoria y dio voz a múltiples grupos que contestan versiones “nacionales” hegemónicas del pasado, generando innumerables versiones alternativas y poniendo en marcha subjetividades diversas y paralelas a las líneas de fractura de género, etnia, etc., evidenciando así las conexiones entre memoria e identidad. El significado último de la identidad individual o colectiva (su sentido de “mismidad” en el tiempo y el espacio), se apoya en lo que se recuerda, y lo que se recuerda es definido a su vez por una identidad asumida. Estos son procesos complejos, ya que ni la memoria ni la identidad son hechos naturales, sino procesos sociales y construcciones políticas “altamente selectivas, inscriptivas más que descriptivas, sirviendo intereses particulares y posiciones ideológicas”.

La expresión de la explosión de las memorias, plagada de elementos visuales, performativos, narrativos se convierten en pieza clave para dialogar con el pasado, particularmente en sociedades que han experimentado violencia política. El poder de estos elementos reside en el hecho que permiten trasladar el duelo de la esfera privada a la pública y generar debates en torno a la responsabilidad (como en Argentina y Sudáfrica, por ejemplo) y se han convertido en pieza fundamental en la construcción de la legitimidad política de las sociedades. La memoria tiene entonces un papel altamente significativo como mecanismo cultural, y en el medio colombiano y latinoamericano, tiene importantes resonancias en el contexto reciente al pasar de una posición de cierta opacidad a una de centralidad aparente, relación ambigua que comparte con nuestro segundo término, violencia – un elemento parcialmente visible en espacios académicos, comunicacionales, artísticos, y mas crecientemente, también en la forma de rituales, monumentos y conmemoraciones públicas.



Estos espacios donde la violencia se visibiliza juegan un papel fundamental al articular la(s) narración(es) de la violencia, las cuales, sin embargo terminan frecuentemente configurando “un bosque denso de contornos decepcionantemente homogéneos” , tornándose en relatos de apariencia similar que oscurecen los contextos específicos así como las capas de significado presentes en la violencia.
Es precisamente en esta encrucijada donde surgen preguntas muy específicas situadas a lo largo de planos diversos: ¿cómo visibilizar historias de lucha política dispersas en archivos en contextos de terror?, ¿qué imágenes y narrativas pueden dar cuenta de los procesos de aniquilación y silenciamiento de individuos y colectivos?, ¿cómo puede el trabajo de memoria recuperar ese pasado para la acción colectiva del presente?, ¿cómo se producen (y se destruyen) cuerpos y sujetos en la cultura visual?, ¿cómo se ocultan cuerpos y sujetos en la cultura visual?, ¿cómo visibilizar la ausencia?, ¿cómo visibilizar la memoria – un proceso fraguado por la ambigüedad?, ¿cómo emplear lo visual como forma de investigación y modo de intervención?, ¿cómo hacer contrapeso a los sistemas hegemónicos de representación audiovisual?, y en un sentido metodológico, ¿cómo poner en primer plano los trasfondos eclipsados por las culturas del espectáculo, de las grandes narrativas, cuya preeminencia visual no es accidental?, ¿cómo desactivar los mecanismos espectaculares del poder, de sus imaginarios, de sus mediaciones invisibilizantes, paralizantes?

La intersección donde se sitúan estas preguntas (memoria-visualidad) permite actos de reinterpretación donde convergen estética, política y cultura. Es por esto que los escenarios de lo visual no pueden limitarse al examen de las dinámicas de archivo, producción, tratamiento y diseminación de imágenes (pasivas), sino a las políticas de su producción, a las experiencias sensoriales de la misma , a las experiencias intersubjetivas que atraviesan la visión, a las mismas políticas de presentación, representación e invisibilización en contextos determinados es decir, una visión de la memoria desde los estudios visuales implica una atención detallada a los gritos y silencios, a las provocaciones espectaculares del poder, así como sus ocultamientos burocráticos, sus mistificaciones y estratagemas mágicas.


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